La
literatura, arte que ha sabido abarcar diversas épocas desde su existencia,
siempre ha dejado al menos una parte de las características del periodo en que
fue escrito. Es así como la cosmovisión de las culturas es capaz de ser
analizada en la actualidad y de esta manera dar cuenta del cambio que han
tenido con el pasar del tiempo; donde de manera generalizada se puede mencionar
que en la mayoría de los casos en las obras, hasta no hace mucho -mirado desde
un punto de vista histórico comparado de manera con los muchos cientos de años
que lleva la literatura-, hay una predominancia del género masculino o al
menos, de lo que pública y oficialmente se sabe en autoría de los textos, pero,
¿hasta qué punto ésta predominancia determina los roles femeninos en la época?
Consecuente
a lo anteriormente planteado, es de conocimiento general el rol secundario que
mantuvo el género femenino por miles de años dentro de la historia, tema que
poco y nada fue cuestionado en igual cantidad de tiempo. Mujeres objeto,
mujeres con obligación a apegarse a la maternidad, mujeres bellas, mujeres
ligadas a un rol puramente sexual y reproductivo, son patrones que cuestionamos
de manera reiterada en el día de hoy, pero que de todas maneras, permanecen si
bien no en la totalidad de manifestaciones muy notorias –que no quiere decir
que no sean concretas-, también se mantienen en un pensamiento colectivo de su
existencia, que muchas veces suele pasar por alto. De esta manera, volviendo a retomar
la identidad literaria, se puede ver un cuestionamiento y crítica en el libro
“Casa de Muñecas” de Ibsen, el texto dramático relata la historia de Nora, una
mujer casada con un recién ascendido a director de un banco, con quién tiene
tres hijos y cumple el rol predestinado socialmente de madre y mujer
distinguida e instruida en diversos talentos que solían considerarse encantos.
El problema comienza con el pago de un préstamo pedido por Nora a Krostag,
donde la protagonista firma en nombre de su padre debido a su apuro por salvar
a su marido de una enfermedad; el prestamista, quien era consciente de la
falsificación cometida por Nora, soborna a la mujer de manera de que su marido
no lo removiera de su cargo en el banco, amenazándola con contar el secreto a
su esposo, quién está firmemente convencido de que el dinero usado para su
enfermedad, era producto de la herencia de su suegro, quién habría fallecido en
un tiempo cercano al préstamo. Los convencionalismos y problemas en torno a la
mujer se manifiestan a lo largo del libro, comenzando por el préstamo
solicitado por la mujer, quién sin la autorización de su marido, por ley, no
puede acceder al dinero, por lo que Nora busca pedirlo en nombre de su padre a
costa del conocimiento de su esposo quién busca no endeudarse. Es así como la
mujer se considera totalmente dependiente de las decisiones de su esposo,
siendo también entretenimiento para él y considerada casi una niña en cuanto al
trato que éste mantiene con ella, dándole un trato enteramente superficial en
cuanto a la relación amorosa, de modo que el hombre se limita a darle apodos
cariñosos y callarla por sus pensamientos que él considera fuera de su
incumbencia femenina. Desde este punto de vista, se puede notar la restricción
de la mujer dentro de los matrimonios de la época, cosa que se nota durante
toda la historia, y es una marca obvia y evidente de la crítica generada por el
libro, cuestión que fue abundante dentro de su tiempo, y hasta la actualidad se
puede notar de manera ligera en muchos casos. Al final de la historia, Helmer,
marido de la protagonista, descubre el engaño por una carta que el mismo
prestamista deposita en su buzón, al no conseguir éste sus pretensiones. La
molestia del hombre se manifiesta ante la mentira y el acto cometido, de modo
que ataca directamente a su rol como mujer, llegando a decir que incluso le
prohibirá educar a los niños; en otro punto de la historia declara abiertamente
como natural que los padres cometan mentiras, pero que los hijos mentirosos,
son productos de madres con la misma característica. Es de esta forma como un
personaje colectivo se manifiesta, no sólo en las sociedades de antes, sino
hasta el día de hoy que se establecer una brecha de diferencia en el momento de
juzgar una misma acción en los dos géneros, poniendo una conocida barra de
exigencia en delicadeza a las mujeres. Esta misma delicadeza es puesta en duda
en el libro, donde reiteradamente en la literatura se le da a las mujeres roles
de madre y de amantes, casi nunca independientes de un hombre.
En
la escena final, Nora dice: -“Ante todo soy un ser humano con los mismos
títulos que tú”- (hablando a Helmer), frase
que reconoce en absoluto una naciente consciencia en materia de derechos de las
mujeres. La protagonista se antepone a ella, antes que sus impuestas
obligaciones como madre y esposa, y decide marcharse tras años de ser usada
como una “muñeca”, a lo que su marido le reprocha que será mal visto un
abandono del hogar.
Es
constante la asimilación de la palabra mujer, con la palabra madre, duramente ligadas por la sociedad. ¿Es esta relación
válida como una obligación o un deber de la mujer? La condición reproductiva femenina
es la que ha hecho la diferencia entre los roles impuestos a los géneros a lo
largo de la historia humana, donde se plantea que el patriarcado surge a partir
de las sociedades remotas las cuales su principal principio era la
supervivencia, por lo que al igual que otros animales, eran las hembras las
encargadas de cuidar de sus crías. Incuestionable es que hemos llegado a otro
nivel de organización, por lo que no podemos guiarnos por los principios de
supervivencia de manera tan precaria, y es por eso que de manera lenta se han
ido cuestionando los roles impuestos no sólo al género femenino, sino también,
al masculino. Existe una masa considerable de gente que considera que son
deberes inquebrantables, pero esta misma consideración es la que genera una
brecha abismante en la repartición del trabajo entre los géneros, y ante esto,
el inmediato surgimiento de una inequidad, estableciendo para ambos sexos,
limitaciones en torno a su actuar. Es por eso que considerar la palabra mujer
automáticamente ligada a la palabra madre, limita el rol de la crianza al
género femenino, estableciéndolo como una obligación para este por una parte, y
una restricción para el masculino, que se ve priorizado en otras acciones. Es
también válido que exista el derecho a la decisión autónoma dentro de la vida,
de igual manera entre los géneros.
Como
último punto, los roles a los géneros se han mantenido en varias instancias y
en sus características, todo esto gracias a la continuativa reproducción
histórica que es generada de manera social. De manera indudable, la moral de
las distintas sociedades, ha avanzado de tal forma que distintas libertades han
sido mayormente aceptadas, al igual como el reconocimiento de iguales derechos
entre los humanos, cambio que involucra un gradual camino en la equidad.
Consecuente a esto, cabe declarar las diferentes opciones en relación a
orientación sexual y el mismo género han sido siempre parte de una decisión
individual, y que de manera tímida, no desde hace mucho tiempo, ha empezado la
apertura en la búsqueda. Es así que ser mujer o ser hombre no es una cuestión
que viene de nacimiento, sino una serie de procesos donde influyen diversos
factores, entre los cuáles no tienen por qué haber limitaciones, tal como
Simone de Beauvoir una vez dijo: -“No se nace mujer: una llega a serlo. Ningún
destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno
de la sociedad la hembra humana; la civilización es quien elabora ese producto
intermedio entre el macho y el castrado que se califica como femenino”-. No se
trata de tolerar conductas, diferencias o situaciones desnaturalizadas, sino de
que tener consciencia de que no hay ninguna imposición que no es producto de
una sociedad humana, que de esta misma manera en que una vez se sobrepuso,
puede ser cambiada.
Aline Painen.
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