lunes, 14 de septiembre de 2015

De aquellas que estuvieron detrás de los grandes hombres: Ensayo sobre Casa de Muñecas

La literatura, arte que ha sabido abarcar diversas épocas desde su existencia, siempre ha dejado al menos una parte de las características del periodo en que fue escrito. Es así como la cosmovisión de las culturas es capaz de ser analizada en la actualidad y de esta manera dar cuenta del cambio que han tenido con el pasar del tiempo; donde de manera generalizada se puede mencionar que en la mayoría de los casos en las obras, hasta no hace mucho -mirado desde un punto de vista histórico comparado de manera con los muchos cientos de años que lleva la literatura-, hay una predominancia del género masculino o al menos, de lo que pública y oficialmente se sabe en autoría de los textos, pero, ¿hasta qué punto ésta predominancia determina los roles femeninos en la época?

Consecuente a lo anteriormente planteado, es de conocimiento general el rol secundario que mantuvo el género femenino por miles de años dentro de la historia, tema que poco y nada fue cuestionado en igual cantidad de tiempo. Mujeres objeto, mujeres con obligación a apegarse a la maternidad, mujeres bellas, mujeres ligadas a un rol puramente sexual y reproductivo, son patrones que cuestionamos de manera reiterada en el día de hoy, pero que de todas maneras, permanecen si bien no en la totalidad de manifestaciones muy notorias –que no quiere decir que no sean concretas-, también se mantienen en un pensamiento colectivo de su existencia, que muchas veces suele pasar por alto. De esta manera, volviendo a retomar la identidad literaria, se puede ver un cuestionamiento y crítica en el libro “Casa de Muñecas” de Ibsen, el texto dramático relata la historia de Nora, una mujer casada con un recién ascendido a director de un banco, con quién tiene tres hijos y cumple el rol predestinado socialmente de madre y mujer distinguida e instruida en diversos talentos que solían considerarse encantos. El problema comienza con el pago de un préstamo pedido por Nora a Krostag, donde la protagonista firma en nombre de su padre debido a su apuro por salvar a su marido de una enfermedad; el prestamista, quien era consciente de la falsificación cometida por Nora, soborna a la mujer de manera de que su marido no lo removiera de su cargo en el banco, amenazándola con contar el secreto a su esposo, quién está firmemente convencido de que el dinero usado para su enfermedad, era producto de la herencia de su suegro, quién habría fallecido en un tiempo cercano al préstamo. Los convencionalismos y problemas en torno a la mujer se manifiestan a lo largo del libro, comenzando por el préstamo solicitado por la mujer, quién sin la autorización de su marido, por ley, no puede acceder al dinero, por lo que Nora busca pedirlo en nombre de su padre a costa del conocimiento de su esposo quién busca no endeudarse. Es así como la mujer se considera totalmente dependiente de las decisiones de su esposo, siendo también entretenimiento para él y considerada casi una niña en cuanto al trato que éste mantiene con ella, dándole un trato enteramente superficial en cuanto a la relación amorosa, de modo que el hombre se limita a darle apodos cariñosos y callarla por sus pensamientos que él considera fuera de su incumbencia femenina. Desde este punto de vista, se puede notar la restricción de la mujer dentro de los matrimonios de la época, cosa que se nota durante toda la historia, y es una marca obvia y evidente de la crítica generada por el libro, cuestión que fue abundante dentro de su tiempo, y hasta la actualidad se puede notar de manera ligera en muchos casos. Al final de la historia, Helmer, marido de la protagonista, descubre el engaño por una carta que el mismo prestamista deposita en su buzón, al no conseguir éste sus pretensiones. La molestia del hombre se manifiesta ante la mentira y el acto cometido, de modo que ataca directamente a su rol como mujer, llegando a decir que incluso le prohibirá educar a los niños; en otro punto de la historia declara abiertamente como natural que los padres cometan mentiras, pero que los hijos mentirosos, son productos de madres con la misma característica. Es de esta forma como un personaje colectivo se manifiesta, no sólo en las sociedades de antes, sino hasta el día de hoy que se establecer una brecha de diferencia en el momento de juzgar una misma acción en los dos géneros, poniendo una conocida barra de exigencia en delicadeza a las mujeres. Esta misma delicadeza es puesta en duda en el libro, donde reiteradamente en la literatura se le da a las mujeres roles de madre y de amantes, casi nunca independientes de un hombre.

En la escena final, Nora dice: -“Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú”- (hablando a Helmer), frase que reconoce en absoluto una naciente consciencia en materia de derechos de las mujeres. La protagonista se antepone a ella, antes que sus impuestas obligaciones como madre y esposa, y decide marcharse tras años de ser usada como una “muñeca”, a lo que su marido le reprocha que será mal visto un abandono del hogar.

Es constante la asimilación de la palabra mujer, con la palabra madre, duramente  ligadas por la sociedad. ¿Es esta relación válida como una obligación o un deber de la mujer? La condición reproductiva femenina es la que ha hecho la diferencia entre los roles impuestos a los géneros a lo largo de la historia humana, donde se plantea que el patriarcado surge a partir de las sociedades remotas las cuales su principal principio era la supervivencia, por lo que al igual que otros animales, eran las hembras las encargadas de cuidar de sus crías. Incuestionable es que hemos llegado a otro nivel de organización, por lo que no podemos guiarnos por los principios de supervivencia de manera tan precaria, y es por eso que de manera lenta se han ido cuestionando los roles impuestos no sólo al género femenino, sino también, al masculino. Existe una masa considerable de gente que considera que son deberes inquebrantables, pero esta misma consideración es la que genera una brecha abismante en la repartición del trabajo entre los géneros, y ante esto, el inmediato surgimiento de una inequidad, estableciendo para ambos sexos, limitaciones en torno a su actuar. Es por eso que considerar la palabra mujer automáticamente ligada a la palabra madre, limita el rol de la crianza al género femenino, estableciéndolo como una obligación para este por una parte, y una restricción para el masculino, que se ve priorizado en otras acciones. Es también válido que exista el derecho a la decisión autónoma dentro de la vida, de igual manera entre los géneros.


Como último punto, los roles a los géneros se han mantenido en varias instancias y en sus características, todo esto gracias a la continuativa reproducción histórica que es generada de manera social. De manera indudable, la moral de las distintas sociedades, ha avanzado de tal forma que distintas libertades han sido mayormente aceptadas, al igual como el reconocimiento de iguales derechos entre los humanos, cambio que involucra un gradual camino en la equidad. Consecuente a esto, cabe declarar las diferentes opciones en relación a orientación sexual y el mismo género han sido siempre parte de una decisión individual, y que de manera tímida, no desde hace mucho tiempo, ha empezado la apertura en la búsqueda. Es así que ser mujer o ser hombre no es una cuestión que viene de nacimiento, sino una serie de procesos donde influyen diversos factores, entre los cuáles no tienen por qué haber limitaciones, tal como Simone de Beauvoir una vez dijo: -“No se nace mujer: una llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado que se califica como femenino”-. No se trata de tolerar conductas, diferencias o situaciones desnaturalizadas, sino de que tener consciencia de que no hay ninguna imposición que no es producto de una sociedad humana, que de esta misma manera en que una vez se sobrepuso, puede ser cambiada. 

Aline Painen.

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